Es el género por excelencia de Hollywood,
tan antiguo casi como la propia invención del cine. El primer western célebre
de la historia lo filmó Edwin S. Porter en 1903, The Great Train (Asalto
y robo de un tren), donde ya se vieron claramente cuáles iban a ser las
convenciones del género. Junto a Porter, otros pioneros como Thomas H. Ince
hicieron crecer entre el público el gusto por las historias ambientadas en el
lejano Oeste. El género enseguida contó con sus primeras estrellas: el
inexpresivo William S. Hart, protagonista de la película de 1917 The
Narrow Trail (Mi caballo Pinto), el alegre Tom Mix y el duro Buck
Jones. Aparte de la multitud de cintas que protagonizaron estos artistas, el
western contó con obras muy destacables, como La caravana del Oregón (1923),
de James Cruze, o El
caballo de hierro (1924), uno de los primeros títulos importantes en
la carrera de John Ford.
Mientras que para otros géneros la llegada del sonido supuso
una revolución positiva, para el western resultó un tanto desastrosa, puesto
que varios estudios decidieron explotar el nuevo invento introduciendo absurdos
paréntesis musicales en las acciones de las películas. Los días de los vaqueros
cantantes llevaron al género una época bastante mediocre, a pesar de que se
realizaron algunas cintas admirables, como La
gran jornada (1930), de Raoul Walsh, donde ya aparecía uno de los futuros mitos
del género, John Wayne. Precisamente él, bajo la dirección de John Ford, se
encargó de dar nuevos bríos a las cintas del Oeste con la popular película La diligencia (1939). Ford y Wayne formaron un
equipo magnifico y juntos hicieron algunos de los westerns más memorables de la
historia: La legión invencible (1949), Centauros del desierto (1956), o El hombre que mató a Liberty Valance (1962) son
sólo algunos ejemplos.
El estreno de La diligencia estuvo muy próximo en el tiempo con el de Tierra de audaces (1939), de Henry King, y El forastero (1940), de William Wyler. Estas películas, además de conseguir un gran éxito de taquilla, dieron al western una nueva dimensión como género de calidad. Esa imagen quedó reforzada con las historias épicas que presentaron directores de prestigio, como Fritz Lang en Espíritu de conquista (1941) y King Vidor en la inolvidable Duelo al sol (1946). Otro de los grandes que contribuyó al esplendor del western fue Howard Hawks, con muchas y buenas películas. Sólo, por citar algunas, recordar Río Rojo (1948), Río Bravo (1959), El Dorado (1966) y Río Lobo (1970), todas ellas protagonizadas por un pletórico actor: John Wayne.
El estreno de La diligencia estuvo muy próximo en el tiempo con el de Tierra de audaces (1939), de Henry King, y El forastero (1940), de William Wyler. Estas películas, además de conseguir un gran éxito de taquilla, dieron al western una nueva dimensión como género de calidad. Esa imagen quedó reforzada con las historias épicas que presentaron directores de prestigio, como Fritz Lang en Espíritu de conquista (1941) y King Vidor en la inolvidable Duelo al sol (1946). Otro de los grandes que contribuyó al esplendor del western fue Howard Hawks, con muchas y buenas películas. Sólo, por citar algunas, recordar Río Rojo (1948), Río Bravo (1959), El Dorado (1966) y Río Lobo (1970), todas ellas protagonizadas por un pletórico actor: John Wayne.
Todos los especialistas están de acuerdo en que la década de
1950 fue la edad de oro del western norteamericano. En pocos año se estrenaron títulos
geniales: Solo ante el peligro (1952), de
Fred Zinnemann; Raíces profundas (1953), de
George Stevens; Johnny Guitar (1954) de
Nicholas Ray; Horizontes de grandeza (1958),
de Wyler…, cintas impecables que provocaron entre los espectadores una
auténtica devoción por el género. En estos años también despuntaron notables
artesanos de las películas del Oeste. Anthony Mann, por ejemplo, formo un
tándem maravilloso con James Stewart, al que dirigió en Winchester 73 (1950), Colorado Jim (1953) y El hombre de Laramie (1955), entre otras.
Delmer Daves demostró tener un pulso único para retratar el Oeste en
producciones de gran factura, como Flecha
rota (1950), La ley del talión (1956), El tren de las 3.10 (1957), Cowboy (1957) o El árbol del ahorcado (1959).
Tampoco se le dio nada mal el género a John Sturges, un cineasta tan comercial como competente, del que pudimos ver obras tan populares como Duelo de titanes (1957), El último tren de Gun Hill (1959), Los siete magníficos (1960), La hora de las pistolas (1967) y Joe Kidd (1972). En 1962, tres realizadores de prestigio como John Ford, Henry Hathaway y George Marshall, se reunieron para hacer un western épico y sorprendente: La conquista del Oeste, un largo e interesante trabajo cuyo reparto estaba cargado de estrellas. Aunque la película gustó mucho, curiosamente marcó el declive del género. Poco a poco, los productores detectaron entre el público un menor interés por las historias del Oeste y comenzaron a arrinconar los proyectos de este tipo.
Entre tanto, curiosamente, en Europa despegó con una fuerza asombrosa el denominado “spaghetti-western”, que introdujo nuevos aires y novedades profundas al género. Durante la lenta decadencia del western, aún se realizaron largometrajes destacados. Varios realizadores se fijaron muy bien en las novedades que aportaría el western europeo para explotarlas a su manera. Así lo hicieron Ted Post en Cometieron dos errores (1968) y Don Siegel en Dos mulas y una mujer (1970), dos populares películas protagonizadas por Clint Eastwood, al que Sergio Leone había lanzado como nuevo astro del género gracias a su presencia en Por un puñado de dólares (1964), La muerte tenía un precio (1965) y El bueno, el feo y el malo (1966). George Roy Hill renunció al estilo “spaghetti-western” y apostó por encontrar el éxito apoyado en dos actores muy populares, Paul Newman y Robert Redford, en Dos hombres y un destino (1969).
Tampoco se dejó influir demasiado por el western europeo Sam Peckinpah, quien filmó las verdaderas últimas joyas del género con un estilo único y poderoso. Suyas fueron Duelo en la alta sierra (1962), Mayor Dundee (1965), Grupo salvaje (1969), La balada de Cable Hogue (1970) y Pat Garrett y Billy The Kid (1973), donde ya se intuía la decadencia definitiva del género. Se puede decir que en la década de 1970 el western dejó de existir como tal, puesto que ya no se dio una producción de películas continuadas adscritas a este género.. No obstante, desde entonces se han realizado esfuerzos aislados por revivirlo. Y en algunos casos, todavía hemos podido disfrutar de largometrajes interesantes, como Forajidos de leyenda (1980), de Walter Hill; Silverado (1985), de Lawrence Kasdan; Bailando con lobos (1990), de Kevin Costner, o El jinete pálido (1985) y Sin perdón (1992), dos estupendas películas dirigidas por Clint Eastwood.
CARTELES de las películas mencionadas:
Tampoco se le dio nada mal el género a John Sturges, un cineasta tan comercial como competente, del que pudimos ver obras tan populares como Duelo de titanes (1957), El último tren de Gun Hill (1959), Los siete magníficos (1960), La hora de las pistolas (1967) y Joe Kidd (1972). En 1962, tres realizadores de prestigio como John Ford, Henry Hathaway y George Marshall, se reunieron para hacer un western épico y sorprendente: La conquista del Oeste, un largo e interesante trabajo cuyo reparto estaba cargado de estrellas. Aunque la película gustó mucho, curiosamente marcó el declive del género. Poco a poco, los productores detectaron entre el público un menor interés por las historias del Oeste y comenzaron a arrinconar los proyectos de este tipo.
Entre tanto, curiosamente, en Europa despegó con una fuerza asombrosa el denominado “spaghetti-western”, que introdujo nuevos aires y novedades profundas al género. Durante la lenta decadencia del western, aún se realizaron largometrajes destacados. Varios realizadores se fijaron muy bien en las novedades que aportaría el western europeo para explotarlas a su manera. Así lo hicieron Ted Post en Cometieron dos errores (1968) y Don Siegel en Dos mulas y una mujer (1970), dos populares películas protagonizadas por Clint Eastwood, al que Sergio Leone había lanzado como nuevo astro del género gracias a su presencia en Por un puñado de dólares (1964), La muerte tenía un precio (1965) y El bueno, el feo y el malo (1966). George Roy Hill renunció al estilo “spaghetti-western” y apostó por encontrar el éxito apoyado en dos actores muy populares, Paul Newman y Robert Redford, en Dos hombres y un destino (1969).
Tampoco se dejó influir demasiado por el western europeo Sam Peckinpah, quien filmó las verdaderas últimas joyas del género con un estilo único y poderoso. Suyas fueron Duelo en la alta sierra (1962), Mayor Dundee (1965), Grupo salvaje (1969), La balada de Cable Hogue (1970) y Pat Garrett y Billy The Kid (1973), donde ya se intuía la decadencia definitiva del género. Se puede decir que en la década de 1970 el western dejó de existir como tal, puesto que ya no se dio una producción de películas continuadas adscritas a este género.. No obstante, desde entonces se han realizado esfuerzos aislados por revivirlo. Y en algunos casos, todavía hemos podido disfrutar de largometrajes interesantes, como Forajidos de leyenda (1980), de Walter Hill; Silverado (1985), de Lawrence Kasdan; Bailando con lobos (1990), de Kevin Costner, o El jinete pálido (1985) y Sin perdón (1992), dos estupendas películas dirigidas por Clint Eastwood.
CARTELES de las películas mencionadas:
Fuente: larousse
Imágen: ebay.com
Carteles películas:
imdb/amazon.es/filmaffinity.com/pinterest.com/todocoleccion.net/
sensacine.com
Imágen: ebay.com
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